viernes, 8 de febrero de 2019

El odio, un flagelo neoliberal

El gobierno destruyó casi todo: la economía, la cultura, la ciencia y la tecnología, pero el mayor daño realizado, el más difícil de revertir, resulta la promoción e instalación social del odio. Los medios de comunicación concentrados, la voz del poder, estimulan el odio que el neoliberalismo necesita para permanecer. Neoliberalismo-odio constituye una relación indisoluble, en la que sus términos se retroalimentanEl neoliberalismo, basado en la tiranía angurrienta de un poder totalitario y concentrado, pretende un goce absoluto sin distribución y al servicio de minorías privilegiadas.
Un sistema en el que la mayoría no entra funciona como un dispositivo que descarta, mientras produce cultura de masas. Requiere de un consenso social obediente y uniforme que, tomando consistencia en el odio-pasión, está dispuesto a la ofrenda sacrificial de una parte de la sociedad a la que segrega para beneficio de otra parte minoritaria: neoliberalismo y odio operan juntos.
La segregación se fundamenta en el odio que consiste en el rechazo a cualquier forma de gozar que sea distinta a la “propia, única y verdadera”. Un goce Otro resulta insoportable, es rechazado, surge un odio- pasión que intenta destruir al objeto. La masa neoliberal, instrumento del poder, precisa descartar cruelmente a los más indefensos y a los que no pertenecen a la ligazón: el poder transforma a los opositores al régimenen en enemigos amenazantes, promoviendo hacia ellos el odio social. El poder neoliberal segrega dejando afuera a las mayorías, alimenta ideales racistas, xenófobos y machistas, estimulando un sadismo extremo hacia los “otros”. Promueve el odio expresado como desprecio al pueblo y sus líderes; convierte el conflicto político en una lucha entre corruptos y decentes, degradando la democracia a una guerra entre dos bandos enemigos. Junto con el odio instala un clima de inseguridad y un sistema de creencias que funcionan como certezas, a fuerza de la repetición de imágenes-signos que justifican la represión y la violencia.
La imposición que realiza el poder es invisible, el veneno inoculado va directamente a la afectividad de la subjetividad, sin mediación racional, y se expande por contagio e identificación formando el sentido común. El resultado es una sociedad colonizada compuesta por odiadores seriales que repiten frases-signos, un rebaño asustado que obedece los deseos del amo demandando mano dura y orden.
El neoliberalismo, nueva forma de totalitarismo, ganó terreno a través del uso instrumental del odio, un derivado pulsional capaz de debilitar democracias y destituir gobiernos bajo el modo de golpes institucionales. El poder judicial y los medios de comunicación concentrados son los principales agentes encargados de inocularlo, avanzando en lo que constituye una cruzada antidemocrática y destructora del tejido social.
El odio es más antiguo que la civilización, la novedad consiste en su ascenso junto con el avance mundial del neoliberalismo y la concentración mediática que este supone. Ambos desarrollan un verdadero bullying social, una violencia psicológica, verbal, material y física contra determinados sectores de la sociedad. El desarrollo tecnológico permite que el odio-pasión se difumine por las redes, whatsapps y medios de comunicación, como un veneno contagioso que se entrama en los múltiples aspectos de la vida social y forma un tejido neoplásico de células malignas.
El neoliberalismo conduce al odio, la violencia, la indiferencia hacia los demás, el poder del más fuerte y la guerra de todos contra todos. Será necesario un cambio de modelo, una democracia inclusiva en la que entremos todos y que promueva lazos exentos de hostilidad. Habrá que apelar a Eros pues, como afirmaba Freud, todo aquello que establezca vínculos amorosos actúa contra la guerra.
Eros, un amor político como el que nos legaron las Madres, que constituya una barrera permanente, una resistencia cultural que diga “No al neoliberalismo”. Tendremos que producir una pedagogía de la solidaridad que establezca lazos amistosos y permita la libre circulación de pensamientos, discursos, pasiones y cuerpos que se politizan ilimitadamente.

Por Nora Merlin
Psicoanalista. Magister en Ciencia Política.
Autora de Populismo y psicoanálisis y Colonización de la subjetividad.


08/02/19 P/12

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