En 1816 apenas 29 congresales reunidos en el Congreso General
Constituyente de Tucumán, luego de meses de idas, vueltas y venidas con mas discusiones,
a las 2 de la tarde se dieron cita con la historia y declararon la
Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sur.
Independencia de la corona española que seguidamente, según dan cuentan
actas secretas, se hizo extensiva a toda dominación extranjera.
Ese grito libertario emancipatorio fue dado en un contexto geográfico más amplio que el actual, de lo que hoy son las fronteras políticas de Argentina, denominación adoptada mucho después en 1826.
Los representantes de las Provincias andinas fueron de de Charcas, Tupiza, Mizque (Cochabamba) y Chuquisaca,
pertenecientes a la hoy hermana República de Bolivia.
Aquel reflejo de
autonomía, que pese a sus matices, eran concebidos como clave para la Patria Grande de la América del Sur, tal como da cuenta nuestro
propio Himno Nacional en su versión original, cuarta estrofa, antes de
su poda: “No los veis sobre México y Quito / arrojarse con saña tenaz / y
cual lloran bañados en sangre / Potosí, Cochabamba y La Paz?…”
Fue un acto de coraje frente a un poder político-militar de enemigos victoriosos derrotaban a Bolívar;
recuperaban Chile para la España Real; la heroica resistencia de Güemes y las montoneras contenía el avance
realista en el norte; la monarquía se reorganizaba y el ataque
luso-portugués amenazaba la frontera oriental.
San Martín
gobernador de Cuyo, preparaba la cruzada andina, insistía una y otra vez con cartas memorables que derrotaron toda renuencia,
temor y operaciones políticas de los promotores del “ochenta por ciento
negocios y veinte por ciento soberanía”, que existían entonces tanto
como hoy.
Luego de tan trascendental y esperada decisión hubo festejos, donde
el minué y la zamba fueron bailados en el salón congregacional de la
famosa Casa de Tucumán, cuyas paredes habían sido pintadas de blanco y
sus aberturas de azul en conmemoración de los colores patrios, aunque
era propiedad de un comerciante español.
Sabemos que Belgrano se lució en el baile casi tanto como al exponer
en las sesiones. Que se eligió reina de aquella tertulia, y que no fue
una morocha como la mayoría de las señoritas y mujeres norteñas, sino
que la ungida “Rubia de la Patria” casualmente era la hija del
gobernador Aráoz, quien dispuso ampliar el regocijo patrio convocando a
un festejo popular el 25 del mismo julio, donde Belgrano se volvió a
lucir con un discurso público, a la postre desoído, donde además de las
exaltaciones de rigor propuso su idea de un gran estado del Sur, regido
por un descendiente de la dinastía de los Incas, como un acto de
reparación frente al injusticia conquistadora.
Para divulgar e irradiar la buena nueva se enviaron a todas las
Provincias copias del acta independentista, la que fue traducida al
quechua y al aymara. El Congreso, que terminó radicado en Buenos Aires,
siguió sesionando hasta 1820 y la historia se siguió escribiendo y
reescribiendo, incluso hasta el día de hoy.
Esta es la historia oficial, que admite disensos sobre ciertos
aspectos, como las pujas entre monárquicos y republicanos; sobre si
Tucumán fue elegida como sede para distanciarse del centralismo porteño o
fue una hábil decisión de Buenos Aires para congraciarse con los
pueblos del interior que la resistían. Aspectos no menores pero que
omiten el dato central y principal, explicitado en la ausencia de
representantes de la mayoría del territorio que componían las Provincias
Unidas del Sur: un año antes, exactamente el 29 de junio de 1815, en
Arroyo de la China, Entre Ríos, se realizó el Congreso de los Pueblos
Libres y, bajo el influjo poderoso de la prédica de Artigas, se declaró
por primera vez la Independencia de la Patria.
El movimiento revolucionario e independentista que sacudió desde las
simientes la América conquistada fue un proceso político, social y
económico complejo y multicausal que guarda poca relación con la
historia oficial legada por el mitrismo-rivadaviano, billikenizada,
simplificada y sobre todo sesgada. No hubo ni paraguas frente al Cabildo
ni discusiones señoriales en los salones tucumanos; no fue cosa de
patricios blancos y acomodados; tampoco fueron unos pocos días de semana
o meses registrados en el calendario oficial, sino resultado de
innumerables luchas precedentes; con alzamientos y resistencias de todo
tipo, en su mayoría protagonizados por los pueblos originarios, frente
al sojuzgamiento imperial de la corona española.
Durante la Asamblea del Año XIII, se
impidió la participación litoraleña por la clase alta porteña encarnada
en Carlos María de Alvear, entre otros, temerosa de que la cada vez más
popular figura de Artigas, con toda la impronta de cambio social que
importaba, terminara confluyendo con la de San Martín en sus bríos
independentistas, que no eran compartidos por "quienes tenían intereses
más próximos a los de Gran Bretaña que a los de la Patria".
Corrientes y Entre Ríos –junto con Santa
Fe, lo que hoy es Misiones y la Banda Oriental (Uruguay)– no
participaron del trascendente Congreso de Tucumán, donde el resto de las
Provincias completaron la declaración
independentista, porque ya se habían anticipado a gritarla
un año antes como los Pueblos Libres.
La ausencia de documentos que den cuenta de aquel señero y liminar
Congreso de los Pueblos Libres no fue producto de descuidos o deterioros
físicos casuales; fue parte de una decisión orquestada para borrar todo
vestigio que diera cuenta de su realización y de las proclamas
federalistas, libertarias e igualitarias que allí se hicieron.
Mitre
fue el gran consumador de ese fraude histórico, tal como lo confiesa
abiertamente por misiva a Vicente Fidel López: “Los dos, usted y yo,
hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras y las mismas
repulsiones contra los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes
hemos enterrado históricamente”.
Como el genocida Mitre aún tiene quien le escriba, desde la página
oficial del gobierno nacional, la pluma escabrosa de José Escribano, con
fuente en el diario La Nación, vuelve a la carga con la falta de
pruebas documentales y despotrica contra la decisión legislativa que
buscaba consagrar el 29 de junio para la conmemoración de la Primera
Independencia de la Patria y vuelve a renegar de Artigas y los aportes
que los pueblos del interior hicieron a la causa de la Nación, que fueron
muy prolíficos y significativos tanto para la configuración de un
federalismo con perfiles propios, como por el aporte del voto
igualitario donde gauchos, negros, zambos, aborígenes votan junto con
los sectores acomodados y pudientes, cuando en el mundo solo existía el
voto calificado. Las medidas de progreso social, de redistribución de la
tierra y el ganado explican el furibundo rechazo de terratenientes y
acaudalados que nunca estuvieron ni van a estar de acuerdo con
distribuir ingresos y renta.
Artigas y San Martín terminaron pobres y exiliados, pero su legado
está presente y fueron heredados por un pueblo que este 9 de Julio recordará que la Grieta existe desde los inicios de nuestra historia.
Que los Mitre y sus esbirros aún pregonan sus patrañas para mantener dividido a los argentinos, atomizando y debilitando a sus organizaciones y a sus pueblos, por los que hoy mas que nunca debemos comprender que Sólo Unidos, el Pueblo jamás Será Vencido.